miércoles, 18 de diciembre de 2013

Tiempo de ESPERA



Sentada en la sala de espera de la estación de Chamartín, mientras espero a que salga mi tren, dedico este tiempo a uno de mis hobbies preferidos y que, últimamente, por el ajetreo de la vida y la rapidez de lo vivido, tengo tan en desuso… Y lo echo de menos… ¡Vaya si lo echo de menos!!!.
En lo primero que pienso en este "tiempo de espera" es en cuánto necesito estos momentos de reflexión, calma, soledad, diálogo conmigo misma y con Dios… Y me impongo mentalmente, como urgente, recuperarlos en la cotidianidad de mi vida…, no dejarme engullir por la velocidad del cronograma diario que enlaza mis quehaceres sin apenas darme cuenta y que no me permite gustar y degustar esos "microinstantes" de felicidad que cada día se nos regalan; por la inmediatez de los acontecimientos que me impiden pensar con una mínima lucidez y que pasan a mi lado sin que "pesen" en la conciencia y el corazón; por la prontitud de los sucesos, personales o no, que se encadenan uno tras otro sin dejar espacio a los sentimientos y las emociones…. Y me detengo… Y me pregunto… ¿Estoy experimentando algo así como la "fugacidad de la vida"? Noooo!!!!!! o, al menos, no lo quisiera desde el sentido negativo y pesimista!!!!.
Me gusta la vida, mejor, me encanta la vida… siempre lo repito y no me canso de ello ¡estoy enamorada de la vida!. Y eso mismo es lo que pretendo transmitir a todos aquellos que se tropiezan conmigo cada día, mis alumnos, mis compañeros de trabajo, esas personas anónimas que cada mañana y cada tarde al regresar a casa me tropiezo...

Y si, pienso que la vida nos sonríe siempre... sólo que, a veces, nos resulta difícil constatarlo porque, o bien somos nosotros los que le damos la espalda o bien ella se vuelve momentáneamente ocultándonos su sonrisa… pero es algo temporal, … si nos situamos en el ángulo correcto, ella siempre se gira y nos regala de nuevo su mejor sonrisa…

Eso creo. Eso he experimentado en mis años de vida. Eso vivo.

Y en mi "tiempo de espera" regreso a mis divagaciones, pienso una vez más en la espera, ese tiempo del "ya pero todavía no", y dos de mis neuronas establecen de nuevo la conexión. Pienso en el  Adviento, en todo lo que me han enseñado sobre él cuando era niña, también todo lo que he aprendido posteriormente y, todo lo que, a su vez, intento yo  transmitir desde mi fe "de un grano de mostaza".
Y reflexiono sobre el Misterio, … Dios mío ¡qué grande eres!!! Nada menos que todo un Dios, se enamora de la vida humana y decide hacerse hombre, mejor aún, NIÑO, indefenso, frágil, débil, necesitado… Y decide además, nacer en la pobreza de un establo sin más decoración que la paja por doquier que da alimento al ganado que cobija, y un pesebre que sirve de improvisada cuna, sin más calor que los ofrecidos por la respiración pausada y tranquila de una mula y un buey… pero con el amor infinito de un padre y una madre que desde la sencillez de sus vidas y la grandeza de su fe, viven por él y para él.

Si, hace mucho tiempo que Jesús habita mi corazón, pero cada año por esas fechas le pido que se quede de nuevo, que no me deje, que ilumine mi vida, que me permita, un año más, sentarme en un rinconcito de su pesebre, allí donde no moleste y pueda permanecer en silencio, adorándolo, admirándolo, contemplando su rostro de niño recién nacido,… sin más, … allí, en la oscuridad de la noche, contemplando su LUZ.

Y me digo: ¡Pues este año no va a ser menos!, con el corazón rebosante de agradecimiento allí estaré de nuevo adorando al DIOS-NIÑO que se hace HOMBRE.

La hora se acerca y el tren está pronto para salir. Fuera está plomizo y comienza a llover. Nos movemos. Comienza de nuevo el ritmo del diario vivir.

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