No hace todavía un mes, se murió mi abuelo Ángel. Tenía años, muchos, tantos como 93 y en su longevidad, desde su vida sencilla y humilde no cesó de acompañarnos con sus “perlas de sabiduría” y amor. ¡Y los últimos días no iban a ser menos!!!, no podía ser de otra manera.
Desde la debilidad frágil de su cuerpo consumido por el
cansancio del camino o por el anhelo de “volver con su amor”, mi abuela Josefa, se fue apagando poco a poco pero sin dejar de dar luz ni en el último momento.
Digo esto porque hace más o menos dos años (después de la
muerte de mi abuela), mi abuelo parece como si se hubiera rendido. Quizá si, el
motivo para seguir viviendo había desaparecido, ya no estaba con él, y ¿para qué seguir intentándolo?.
Dejó de
estar alegre, sin caer en la tristeza… no, no estaba triste pero su semblante risueño se volvió serio, pensativo.
Dejó de contar “contos” como le gustaba llamar a él
a las historias que siempre tenía a
punto para cualquiera que llegase a su casa.
Dejó de ser curioso y asomarse a
la ventana para comprobar quién llegaba cuando alguien se acercaba a la aldea y osaba interrumpir el quehacer
diario y monótono de los paisanos del lugar…
Una cosa sí conservó casi hasta el final, la capacidad de hacer la pregunta oportuna en
el momento oportuno… ¡ese era mi abuelo!... el que veía más allá de lo que intentas mostrar superficialmente, el que leía el pensamiento, el que adivinaba tu
estado de ánimo y te lo hacía saber a través de una pregunta aparentemente
insignificante… ¡ese era mi abuelo! Con la pregunta que daba en el centro de la
diana siempre en la punta de los labios… ¡ay, Mónica!… e ti… ¿vives ben?. Entre
los nietos le llamábamos la “pregunta del millón” de tal manera que no había
reunión familiar en la que cada uno no fuese interrogado … era su
manera de tenernos controlados y también su manera de quedarse tranquilo y
satisfecho porque, acto seguido, después de cada una de nuestras respuestas (“moi ben, avó,
moi ben” obviamente) juntaba las manos en gesto de adoración y repetía a modo de jaculatoria“¡Gracias a Deus!”… y esto
lo decía cada vez, con cada uno, como dando gracias por cada uno de nosotros y al mismo tiempo, bendiciéndonos… ¡Ese era mi abuelo!
Pero volvamos al tema que nos ocupa…
Como decía hace unos dos años que murió mi abuela Josefa y,
desde entonces, mi abuelo no volvió a ser el mismo. Desde entonces, mi abuelo
que “no paraba la pata en casa”, siempre en camino y caminando por las veredas
de su aldea natal, … desde entonces, apenas volvió a salir de casa. Es verdad,
sus fuerzas se iban apagando cada día, los años tampoco perdonan. Su mente
seguía fresca y lúcida pero le inundaban los recuerdos… su corazón latía pero
con la sordina del amor perdido.
“70 anos”, me repetía cada vez que iba a visitarlo. “70 anos
que vivimos xuntos Josefiña mais eu e ¿ves Mónica? NIn unha mala cara, nin un enfado, sempre traballando un o lado do outro, ámbolos dous para sacar adiante a casiña, cria-los fillos, ir vivindo, sen facer mal a ninguén, axudando a todos os que poidemos..." y después … enmudecía pensativo, con la mente en otro
lugar…
Vivía con su permanente recuerdo, cada vez que decía algo
siempre aparecía Josefa por medio. Soñaba con ella y, en sus dulces sueños,
hablaba con ella… que ¿cómo lo sé? sencillamente porque me lo contó él mismo un
verano en un rato que pasamos juntos… Y es que mi abuelo era especial… Ángel
era su nombre… y como un ángel vivió y murió. Se fue sin hacer ruido,
molestando lo menos posible… pero dejando detrás de sí una estela de luz
difícil de apagar.
Durante las últimas semanas de su vida, no cesaba de repetirle a mi tía que lo
cuidaba, la misma petición… “tráeme o meu amore, María, tráeme o meu amore”.
A mi abuelo le gustaba cantar y murió cantando … una canción de amor… Sin
duda, el tú de ese mensaje de amor no era otro que Josefa, aquella a quien le
había dedicado su vida entera, aquella a quien dedicaba sus últimos alientos de
esta vida, aquella que le estaba esperando en la puerta del cielo para entrar
juntos en la eternidad. Mi abuelo ya está con su amada. Mi abuela sonríe
satisfecha por el reencuentro. Ahora, ambos
gozan del abrazo eterno con el Dios Amor.
Hacía mucho tiempo que no me emocionaba tanto con una lectura.
ResponderEliminar¡¡¡¡Preciosas palabras!!!!
Te prometo que no me invento nada, Isa. ¡Ése era mi abuelo!
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